top of page

Círculo de lectura feminista: 4 años

En febrero de 2016, una compañera de MUGEC A.C. me pidió un Taller de Memorias, porque entre las actividades que organizaban con la Red de Mujeres para el 8 de marzo, querían escribir textos anecdóticos para compartir en las jornadas, memorias de muchos años en los que algunas de estas mujeres abrieron brecha en La Laguna con activismo, capacitaciones, sensibilización, exigencias y un largo etcétera de acciones en pro del feminismo.

[Ellas no lo sabían, pero yo estaba pasando por el peor momento de quiebre en un relación de pareja de muchos años; me acababan de diagnosticar hipotiroidismo, estaba deprimida, había renunciado a un cargo en el gobierno del estado y necesitaba una operación urgente porque tenía la vesícula llena de piedras]

Dije que sí, y preparé entonces un taller de memorias para ellas. Y mientras lo impartía me di cuenta de que algunas llevaban décadas en la lucha feminista, acompañando, capacitando y ayudando a muchas mujeres en situaciones de violencia. Sin embargo, pocas se habían formado con textos feministas, y aunque su labor era (y sigue siendo) admirable, pocas menos tenían un trabajo autocrítico y de autocuidado consigo mismas. Mujeres que trabajan arduamente por otras mujeres durante el día, pero que regresaban a casa a cuidar hijos o nietos, lavar ropa y preparar la cena.

A mí, leer sobre feminismo me parecía indispensable, porque yo no concebía (y sigo sin concebir) el activismo sin formación teórica y sin reflexión en concordancia con la vida. Pronto comprendí que estábamos en otro momento histórico, y que muchas se vieron envueltas en un activismo desde los 70’s porque los sucesos políticos así lo demandaron entonces.

[A la par que descubría eso con el grupo, también reparaba en que si bien yo no tenía que atender hijos ni hacer tantas labores en casa, estaba muy lejos de saber cuidarme y ponerme en primer lugar frente a las expectativas de los demás]

Después del taller, entre todas pensamos que hacía falta un espacio para ello, es decir, para leer textos juntas, charlarlos y cada una repensarse en su cotidianidad y sus relaciones. Así inició el círculo de lectura feminista en El Astillero. Yo había leído muchos textos por pura curiosidad, en solitario, pero tampoco sabía qué era leer con otras, no sabía de acompañamiento ni de respeto en el proceso de las demás. Abrimos la convocatoria, y comenzamos por leer literatura escrita por mujeres: poemas, cuentos, ensayos, mientras realizábamos ejercicios de escritura que nos espejeaban con las lecturas.

[Durante muchas sesiones de esa primera etapa del círculo yo llegaba con la cara deshecha, y entraba al baño a llorar antes de empezar. Dormía poco, comía mal y peleaba todo el tiempo, con mi pareja, conmigo misma y con mi cuerpo. Meses después me separé, tuve dos operaciones, y largos tratamientos con muchos altibajos]

El círculo de lectura feminista ha sido, a lo largo de estos años, un bálsamo. Un espacio terapéutico, y sobre todo, formativo. Un lugar de confianza donde podemos hablar de nuestros procesos feministas (cada una desde su experiencia personal), en el que leemos y reflexionamos (ahora con textos teóricos) acerca de nosotras mismas.

[Después me recuperé, emocionalmente y de salud. Pero no se me olvida que soy una sobreviviente]

El círculo de lectura feminista es lindo y es devastador. No todas somos capaces de confrontarnos a nosotras mismas. Incluso las que asistimos con frecuencia, batallamos en asimilar los contenidos y en que éstos sean corresponsables con nuestras conductas. No todas tenemos la disposición de que se nos señalen (en los textos) nuestras incongruencias. Y por supuesto, no todas estamos de acuerdo siempre. Sin embargo, sigo prefiriendo hacer este trabajo personal en compañía, y sigo intentando mejorar mi relación con otras mujeres, pues históricamente nos han inculcado que seamos enemigas. A veces lo logro, y otras veces no.

De manera personal, leer y acompañarme de otras mujeres en esas lecturas me ha enseñado que darle nombre a las formas en que padecemos y ejercemos las violencias es un paso en el camino hacia el autocuidado y la autonomía.

Me ha mostrado que tenemos interiorizado hasta las células el machismo, y que por más que leemos, intentamos amar(nos) de otras formas, seguimos reproduciendo en pensamientos y en acciones todo lo que hemos mamado desde la cuna: que debemos ser agradables a los demás, vernos bien, cuidar de los otros(as) antes que a nosotras mismas, dedicarle demasiado tiempo al amor, etc. Esto es, que estamos condicionadas por las concepciones sociales y culturales de género, que muchas no cabemos en estas concepciones, y que salirse de ellas tiene socialmente un precio alto.

Me confronta con el hecho de que a veces me siento frustrada cuando las demás no leen o no se comprometen como pienso que yo lo hago, y que solo queda aceptar que la aprehensión es dañina (para mí misma) y las demás no tienen de ningún modo que hacer o pensar como yo. A su vez, me alienta cada vez que acepto que una visión particular, distinta a la mía, me hace mirar desde otra arista.

Y sí, prefiero mil veces la confrontación con mis contradicciones que volver a creer que leer sobre feminismo en solitario sería mejor. Y sí, sé que seguirá habiendo mujeres con las que no congenie, que eso duele, pero que con otras voy aprendiendo a generar círculos de confianza, y que en cada crisis ellas siguen salvándome la vida (y a veces yo las de ellas).

Me hace entender que nadie se gradúa como feminista, sino que esto es un largo recorrido de autocrítica que ha de durar toda la vida. Ojalá que el círculo y mis compañeras me duren mucho tiempo también.


bottom of page