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Si Mahoma no va a los libros los libros van a Mahoma


Una de las actividades que más disfrutamos son las ferias del libro. Salir de la Morelos para ir a una escuela, a una plaza o a otro espacio es muy agradable. No es cierto. Es bien cansado. Sí lo disfrutamos porque se genera otra dinámica con las hordas de alumnos de todos los niveles, pero es una chambota. Hemos estado en bastantes escuelas de Torreón, sobre todo colegios y universidades, en pocas de Gómez Palacio y Lerdo, en algunos ejidos y en Matamoros, y siempre acabamos escuchando un comentario similar cuando acaban los eventos: “Deberían venir más seguido”.

Sabemos que los libros no son artículos de primera necesidad, que si alguien compra muchos libros difícilmente va a leerlos todos y que probablemente padezca de eso llamado tsundoku, el nombre que le dieron los japoneses a la manía de acumular libros*, y sabemos también que a pesar de que estamos ubicados en el centro de la ciudad, quedamos lejos de muchos lectores que viven en otras zonas.

Acercar nuestros estantes a los lectores ha sido una tarea extraña, a veces un tanto fortuita; muchos espacios nosotros los hemos buscado o generado, pero a decir verdad, a bastantes otros hemos sido invitados por alguien que antes había visitado la librería o que ya nos conocía. Pero lo más importante es que en la mayoría de los casos reincidimos. En algunas escuelas primarias, por ejemplo, tenemos cuatro años seguidos visitándolos, y es chistoso cómo algunos niños nos reconocen y reclaman los mismos libros que llevamos un año anterior.

Nos hemos llevado gratas sorpresas, por ejemplo, cuando descubrimos que en el CBTa 1, en La Partida, y en el CECyTEC, en Coyote, existen varios lectores bastante formados. En una visita a La Partida llamó mi atención un chico que se acercó a preguntar por libros de filosofía; conocía a bastantes autores, griegos y alemanes, y al parecer estaba bien armado en el tema. Estaba muy emocionado con los libros, a pesar de ser las ediciones económicas, y cualquier enterado en el tema, sabe que las ediciones de batalla no son las mejores traducciones ni con el material más exquisito del autor, entonces algo no cuadraba, para ser alguien con muchas lecturas de filosofía, que se emocionara con los libros baratos y obras más conocidas era extraño. Le pregunté en dónde había leído a los filósofos y me respondió que en el celular, que todos los había descargado con el internet de su vecino o de la escuela. Acabó comprando Los dolores del mundo, la Desobediencia civil y la Metafísica, por menos de $150, costo que lo emocionó aún más.

Lo anterior me hizo suponer tres cosas, 1) nunca había ido a una librería; 2) tenía un buen tutor, un profesor o un familiar o un amigo que le recomendaba y le proporcionaba material de su interés; 3) me engañó completamente y no había leído a los autores que me dijo y me apantalló. Me incliné más por la tercera.

Un par de años después, el diciembre pasado, el chico apareció en la librería, acompañado de un amigo; él se llevó un libro, Acontecimiento, de Zizek, y su amigo Vigilar y Castigar, de Foucault, y cuando se acercó a pagar su libro, me dijo, “Ya conseguí El mundo como voluntad y representación en PDF, pero está bien largo, a ver si lo acabo antes de que se me madree el celular”.


Aún estamos lejos de tener una manera eficiente de acercar los libros y la literatura a varios rincones de la ciudad, es algo en lo que estamos trabajando, porque sabemos que el interés y el gusto por la lectura ahí están. Y que cada vez sean más personas las que ven una forma de entretenimiento y de reflexión básica en los libros es un buen aliciente.

También estamos aún lejos de generar mecanismos y/o estrategias para convidar la lectura de otras formas. Pienso yo en la donación, y sobre todo en el intercambio de libros, que también son acciones que promovemos en las escuelas que nos lo permiten. A mí me encantaría que hubiera muchos más promotores de lectura y lectores voraces participando en nuestras actividades. Pero en eso también estamos. “Ahí la llevamos”.


*A nosotros nos gusta decirles bibliomaniacos.





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