quinto aniversario
Ruth Castro
El Astillero está de aniversario. Me siento a escribir algo por estos cinco años. Pienso y recuerdo todo lo que ha sido este proyecto. Algunos dirán que por qué hacer el recuento de una tienda de libros. El asunto es que no ha sido sólo una tienda, ni fue creada como un negocio únicamente. El Astillero ha sido y es un proyecto comunitario y de vida en torno a los libros, un lugar de encuentros, de diálogos, y para mí, un experimento de trabajo y convivencia con las y los otros, un espacio que me ha permitido probar modos de colaboración y de intercambio desde la disidencia, es decir, en contra de la verticalidad organizativa. Y en lo que no dejé de pensar las últimas semanas es precisamente en los procesos internos de este experimento.
Recuerdo que el primer año celebramos simplemente habernos mantenido doce meses con las puertas abiertas; el segundo año parecía que crecíamos porque abrimos el café Caracol, contiguo al local de la librería, e inauguramos el espacio Nodo de Escrituras con talleres y conversatorios; para el tercero todo había cambiado: dejamos el primer local, comprimimos café, librería y nodo en uno mismo, y padecimos los arreglos de la avenida Morelos que se extendieron por meses y que hicieron quebrar a muchos negocios alrededor. En esa ocasión, el festejo fue con la edición de un pequeño libro que compilaba anécdotas de clientes y amigos, y el mensaje implícito era “estamos contentos con lo que ha sucedido hasta ahora pero no sabemos si podremos sobrevivir otro año”. El cuarto año fue agradecer, se trataba de otro tiempo y de asimilar qué seguía.
Lo anterior resume burdamente esos años. Desde el principio lo que sí sabíamos los implicados(as) era que no queríamos trabajar jerárquicamente. La idea era que cada uno(a) tuviera tiempo para sus proyectos personales y para colaborar en éste. Fue campo experimental de socios y colaboradores. De algún modo se cumplió, pero tanto el compromiso y las responsabilidades, como las inversiones de dinero y tiempo fueron desiguales. En otra etapa, hicimos un intento de cooperativa; buscábamos algo más horizontal. El problema fue el mismo. Integrar la vida personal, los otros trabajos y mantener éste; era agotador. Fue un intento honesto, pero llevar la teoría a la práctica, y lidiar con todas las contradicciones volvió a generar rupturas y reacomodos que padecimos todos, sobre todo el mismo proyecto.
Ahora hablaré de mí. Crear una librería, poner todos mis ahorros en ella, habitarla, atenderla, descuidarla para tener una remuneración segura, renegar de ella, renegar de mí misma por semejante idea, por seguir empecinada en su continuidad, romper lazos, enfermar, recuperarme, soltarla y dejar que los otros(as) se hicieran cargo, dejar que todo se acomodara, para volver con fuerza y paciencia, para ponerle cabeza, y sobre todo, cuerpo. Asimilar que es un espacio de confluencia en el que esté yo o no, funciona, permanece y crece. Este año algo cambió. Sigo hablando de mí. El punto desde donde me detengo a ser y apreciar es distinto. Veo y siento esos procesos internos. Advierto qué es y cómo florece. Va siendo como un ser vivo y social que a ratos conecta, en otros arropa, y en otros más se sostiene de otros muchos: lectores, autores(as), gestores, editoriales, distribuidoras, otras librerías independientes, escuelas, asociaciones civiles, grupos de estudio y un largo etcétera.
Este último año ha sido abordar todo desde el interior. Escucharnos más y cuidarnos más. No estar de acuerdo siempre, pero saber que el compromiso nos une, y hay opciones. Si fuera sólo una librería pensaríamos que crecer significaría abrir nuevas sucursales. Pero quienes estamos en esto también escribimos, editamos, gestionamos, damos talleres y hacemos un montón de actividades afines para sostenernos, así que cambiamos El Astillero Librería por El Astillero Libros, y en un solo proyecto conjuntamos algo que definimos, sin pensarlo mucho, como ramificaciones de diversos tamaños en colaboración con otros y otras. Somos, entonces, una tienda de libros, un foro, un café, una agencia de servicios editoriales, un sello editorial y una promotora constante de lectura, y todos éstos funcionan a distintos ritmos y tiempos.
Ahora voy a hacer una digresión (que en realidad no lo es). Hace poco hicimos una venta de suculentas, cactáceas y árboles. Nos gustan. El espacio de la librería ha sido habitado por plantas desérticas desde su inicio. La idea era festejar el día del árbol, pero también vender éstas en pro de una biblioteca que pueda estar a disposición del visitante. Empecé a comprar plantas y a leer sobre ellas. Me sumergí en las formas en que conviven, se reproducen, crecen. Fui haciendo conexiones conmigo y con mis redes afectivas y de trabajo. Hace pocas noches descubrí algo que ha sucedido este año.
Un rizoma es un tallo subterráneo con varias yemas que se extienden de manera horizontal emitiendo raíces y brotes herbáceos de sus nudos. Los rizomas crecen indefinidamente. En el curso de los años mueren las partes más viejas y a su vez se producen nuevos brotes, así que pueden cubrir amplias áreas de terreno. Pueden ramificarse en cualquier punto, así como engrosar y transformarse en un bulbo o tubérculo; el rizoma puede funcionar como raíz, tallo o rama sin importar su posición en la figura de la planta. Un jengibre, un camote, un azafrán son rizomáticos.
Desde la filosofía, Deleuze y Guattari se refieren a este término botánico para describir un modelo descriptivo no jerárquico, que de su base o raíz emergen múltiples ramas, es decir, que cualquiera de los elementos es capaz de incidir en otro. El rizoma sirve como ejemplo de un sistema cognoscitivo en el que no hay puntos centrales que se ramifiquen según categorías o procesos lógicos estrictos.
Ya saben para dónde va la asociación de ideas. Nunca quise (quisimos) un modelo vertical para El Astillero, pero tampoco ha sido uno netamente horizontal o cooperativo. Somos un rizoma. Esta idea me permite comprender que sí estamos creciendo, pero no hacía “arriba”, sino ramificándonos profundamente, en distintos planos: en servicios, en colaboraciones, en cómo nos relacionamos y hasta en la manera de estar y vivir, con nodos (raíces, brotes, tallos, ramas) que se extienden o se extinguen o se modifican, y que todos esos planos no funcionan sin la conexión con los demás, pues esa es nuestra mayor fortaleza.
Celebramos, entonces, cinco años de conexiones hacia diversos lados. Celebramos cinco años de cambios, encuentros y resistencia. Celebramos todas las raíces, brotes, tallos y ramas posibles. Germinemos.
*Revisado y dialogado con Fernando de la Vara y Álvaro Domínguez, del equipo Astillero.